martes, enero 15, 2013

Cornelio Reyna, más allá de las nubes

Cornelio subió desde muy joven a las nubes del éxito y ya nunca bajó de ellas: a lo mucho cayó hacia arriba, hace quince años, en enero de 1997, cuando le tocó rendir cuentas al Creador 

  • Fuente: Jesús Peña
  • Fotos: Vanguardia/Luis Salcedo
  • 14 enero 2013

México, DF. Seguro que así se han de haber visto las nubes de negras, gordas y bajitas, el día que la gente de Notillas lo miró irse tras el polvo y subirse a una de esas nubes viejeras, la más alta, con destino a Reynosa.
Quería fugarse de ese mundo de hambre  y miseria que era, y sigue siendo, este pueblo de chozas de colores chillones y huertas de tunas jugosas, y encontrarse con su madre a la que no recordaba, y mucho menos reconocería, porque María, que así se llamaba la señora, tras separarse del padre, se había ido del rancho con Pedro, el segundo de los hermanos Reyna, cuando Cornelio apenas contaba un año y tres meses de nacido.
Andaba en los 16 y ese día, como tantos, como todos, Cornelio se fue con los pies casi descalzos, el estómago medio vacío y la ropa remendada.
´No – dijo -  ni crean que yo voy a quedarme aquí, a mí no me gusta este trabajo, me voy a ir a Reynosa a buscar a mi mamá, voy a comprarme un bajosexto, y me voy a poner a tocar, y me voy a lanzar…¨.
De repente los del pueblo oyeron en la radio que un locutor pocho de una estación de Harlingen, Texas, cuya señal llegaba, aunque sólo por las noches, hasta Saltillo, el norte de Zacatecas y esta comunidad, anunciaba la canción de un nuevo intérprete norteño de nombre Cornelio Reyna, originario de Notillas, municipio de Parras, Coahuila, que se llamaba ¨El Afortunado¨.      
Cuando los de Notillas escucharon la pieza, el nombre y la voz se les hicieron conocidos y se empezaron a preguntar unos a otros  ¨¿Quién será y quién será?,  ´no pos… que es de Notillas y es de Notillas´, ´ay ¿a poco es de Notillas?´, ´pos que sí, que es el hijo de Román Reyna…´¨.
Nadie lo podía creer de Cornelio, que desde niño se había criado con los muchachos del pueblo, pobres y remendados como él, nomás en el puro monte, yendo en burro a coser puya y tallar lechuguilla.
Porque aquí no quedaba de otra pal que quería burlar el hambre, y parece que ahora ni eso, porque en Notillas la sequía mató desde hace años  al poco ganado que había y acabó con las plantas más correosas del desierto.    

Pero a Cornelio eso de ir a trabajar en el campo cosiendo puya y tallando lechuguilla para sacar ixtle, nomás no se le dio, y mientras sus compañeros de correrías se hallaban en plena faena, él se sentaba debajo de una palma, como ido de la mente, a soñar con que algún día sería grande.
Cada que salía al monte con sus amigos ¨a trabajar¨ era lo mismo, Cornelio echado a la sombra de la palma aquella, haciendo violines de quiote con cuerdas de pitas de maguey, y cantando y tocando, porque ya era bueno pa cantar y tocar, tanto que los de Notillas no se explican cómo cuando se fue del pueblo el muchacho sabía, de la nada, rasgar el bajosexto como un maestro.
Después de su huída, pocas veces volvió a aparecer por el rancho, hasta que a Notillas llegó la televisión y a la gente le gustaba ver a Cornelio cuando lo pasaban en  ¨La yegua colorada¨, una de las películas de corte revolucionario en las que salió al lado de Antonio Aguilar, Flor Silvestre y Narciso Busquets.          

Luis Reyna, hermano de Cornelio Reyna
Un cine, de esos que andan de pueblo en pueblo, la llevó por primera veza Notillas, el anunciador la gritó con voz rampante  ¨´pásenle, pásenle a ver ´La Yagua Colorada´¨, que sale Cornelio Reyna, que es de aquí y que quién sabe qué.
Mero delante de la pantalla estaba sentado Román Reyna, el padre campesino, herrero y también músico, de Cornelio.
Uno del rancho se le acercó al gritón para decirle que aquel viejito chamagoso era el papá del máximo exponente de la música norteña, ¨nombre, ese viejo mojoso que va a ser el papá de Cornelio¨, se pitorreó el gritón.
Los del pueblo mandaron traer a Luis, un medio hermano de Cornelio que aún sobrevive en Notillas con un corral de gallinas, unas vaquitas y una yegua, que no es ¨La colorada¨.   
¨Sí – dijo – este señor es el papá de Cornelio y mío, y te apuesto tu cine contra lo que quieras, vamos a preguntar en todas las rancherías…¨, el gritón se quedó ¨de a seis¨.
Por esos días Cornelio, que ya había triunfado en radio (60 discos), televisión y cine (30 películas), regresó al pueblo con la idea de rescatar a su padre de las garras de la pobreza e instalarlo, con todo y su taller de herrería, en una de sus residencias de Reynosa, la casota de dos niveles que había comprado en la Colonia Ribereña.   

Miguel Pineda muestra una foto y una postal que le envió su amigo Cornelio Reyna.
¨Apá, - le dijo- véngase pa cá y yo le dejo esa casa pa que haga su taller¨.
Don Román no se quiso ir, ¨yo le pago contribuciones y todo, usté no se va a preocupar pa nada¨, insistió Cornelio, pero el viejo se amachó: ¨no mijo, yo nací en el rancho y en el rancho me voy a quedar…¨.
Sólo una vez don Román se animó a salir del pueblo, fue cuando por invitación de Cornelio aceptó ir a Reynosa, con algunos de sus hijos, entre ellos Luis Reyna, y otros amigos de Notillas, para conocer el mar.
Cornelio estaba en su casa de McAllen, al rato llegó a Reynosa, los recogió y partieron todos a una playa de Matamoros, donde se pasaron hasta el anochecer comiendo truchas asadas y tomado cerveza.
La familia de Cornelio no se la creía y decía don Román, el papá de Cornelio, ´¿quién dijera que los hijos de Pedro Infante y mijo iban a andar trabajando juntos, quién lo iba a pensar¨.    
Tampoco los de Notillas lo creyeron cuando al pueblo llegó el primer sencillo de Cornelio, uno de esos disquitos negros de acetato, de 45 revoluciones por minuto, que por un lado tocaba ¨El afortunado¨, y por el otro ¨De mis amigos rodeado¨, los primeros temas  que dieron fama al ¨Carta Blanca¨, el dueto antecesor del fara-fara que en Reynosa formaron Cornelio y el músico y cantante de norteñas Juan Peña.
Nada los paraba de oírse en el   tocadiscos que en casa de Moisés Reyna, primo hermano de Cornelio, habían comprado para la ocasión.   
Y mientras en los radios de las casas de todo el norte de México y el sur de Texas, se escuchaban las canciones de Cornelio Reyna, en Notillas la jodidez por la falta de lluvia, tal y como sucede ahora, era cada vez más hiriente.
Como cuando María y Román se dejaron, quién sabe porqué, y Cornelio, como su padre, quedó al cuidado de  doña Lázara Mata y don Julián Pérez, que lo criaron con pura leche que compraban de vender cargas de leña que acarreaban en el monte.



Miguel Pineda
Román se volvería casar, y procrearía otros seis hijos con una María que no era la madre de Cornelio.
¡Ah cómo lloraba doña Lázara, cuando Cornelio se fue de Notillas y ya no vino! Ella lo había visto crecer, jugar con sus primos en el estanque.
Ella, como el resto de la gente del pueblo, que hacía más llevadera su pobreza oyendo tocar la armónica que Cornelio hacía sonar como acordeón, en un callejón sin salida, como el de su canción, mientras otro muchachito le hacía segunda con la mandolina y se armaba el baile de puros hombres con hombres, en una escena pintoresca, porque era de noche y  en Notillas a las niñas nomás no las dejaban salir.   
Después no faltó quien bautizara a esos bailes del callejón como ¨El tamborazo¨.
A la vuelta de los años Cornelio, su padre Román, que también era músico, y su amigo de andanzas Miguel Pineda, ya tocaban en bailes de a de veras, cuando eran contratados para amenizar en bodas o cumpleaños, en alguna ranchería cercana. 
A la sazón en Notillas, ubicado a unos 80 kilómetros al sur de Saltillo, no había  escuela, la primera maestra llegó cuando la mayoría de los muchachos del pueblo tenía 15 años y empezaron a tomar sus clases al aire libre, sentados en piedras.


Cornelio tenía buena sesera y pronto aprendió a leer y a escribir, para entonces ya componía y poseía una gracia e ingenio notables para hacer versos casi de cualquier cosa, mientras hervía la puya o tallaba lechuguilla en el campo, inspirado por el olor a estiércol y de humo de leña quemada, saliendo por las chimeneas.
Así nació años más tarde el corrido de ¨Pancha Machetes¨, una mujer bragada, que andaba siempre vestida como hombre, que vivía en Palma Alta, por el rumbo de  Notillas, y de la que se decía  por esos lares que le gustaba ¨batear pa los dos lados¨. ¨¿Oye, - le preguntó Miguel Pineda, un amigo del pueblo, a Cornelio -  ¿por qué hiciste ese corrido?¨,  ¨No pos… se me ocurrió la puntada, me acordé de ella¨, respondió el cantante.   
Pero un día Cornelio se cansó de soñar tumbado a la sombra de aquella palma y presintiendo que en Notillas se hundiría cada vez más en la pobreza, como reza otra de su canciones, la emprendió a casa de su abuelo para pedirle consejo. ¨¿Qué hago?¨, le preguntó y le respondió el viejito ¨mira hijo, tú tienes tu madre en Reynosa, vete. Si no tienes, yo te doy pal pasaje…¨. Cornelio… se fue, ¨ni modo, pa eso nació, ya le viene de arriba¨, se consoló el pueblo.
La gente de Notillas volvió a saber de él cuando escuchó su voz, junto con la de otro cantante que se llamaba Ramón Ayala, ¨El rey del acordeón¨, en aquella estación de Harlingen, Texas, esta vez como fundador de un conjunto que les recordó cuando allá muy de cuando en cuando  llovía en Notillas: ¨Los Relámpagos del Norte¨.



A Cornelio le había cambiado la suerte y el fantasma de la pobreza se le volvió a aparecer, pero ya solamente en la letra de sus canciones.
La gente del pueblo lo vio llegar una mañana, ¨se veía muy cambiao¨, andaba de traje y traía camioneta, venía por Maurilio, el amigo que, cuando chamacos, le había hecho segunda en sus canciones y travesuras, para llevárselo.
¨Vámonos¨, le dijo, Maurilio corrió a avisarle a su padre, que era un hombre duro de pelar, ¨no pos, ¿qué van a hacer o qué?, no´, sentenció el señor y Cornelio volvió solo a Reynosa.



Aleja Pinedo, última novia de Cornelio Reyna
Antes de irse pasó por la casa de Aleja, la última novia que tuvo en el pueblo y a la que le había jurado en una carta, escondida debajo de una piedra en el estanque, porque así se usaba en Notillas, que volvería para llevársela.   
Cuando Aleja salió para ir por agua vio a Cornelio, ya no andaba descalzo ni mugroso, tampoco traía la ropa remendada, estaba parado en la orilla del estanque y le hablaba.
Sin hacerle aprecio cual ninguno, Aleja llenó el balde y se regresó a su choza, Cornelio se cayó de la nube.  
Una prima de Aleja que había contemplado la escena le llamó la atención: ´¿por qué ni le hablates ni le saludates siquiera a Cornelio?´. ´No – le dijo Aleja -  es que ya no puedo, ya tengo mi esposo y me da pena´¨.
Pasó el tiempo, en Notillas las cosas iban de mal en peor, más años sin lluvia y cosechas malogradas, y los hombres, igual que ahora, tenían que ir cada vez  más lejos a traer la puya y la lechuguilla para fabricar el ixtle y venderlo pa tener qué comer.



Maurilio Pineda
En Reynosa Cornelio era ya el dueño de varias casas y algunos centros de diversión como El Tenampa y la discoteca Solmar.
Otro día cualquiera, Cornelio volvió a caer por el pueblo, esta vez venía con Irene Gutiérrez, su primer esposa, una muchacha delgadita y simpática, y sus hijos Alberto (Cornelio Reyna junior) y Mirasol. El cantante caminó por las calles empolvadas de Notillas hasta la casa de su madrina Gabina para saludarla.          
La halló en el corral, sudorosa,  ayudando a su marido a tallar lechuguilla, en cuanto lo vio venir la mujer se quitó de trabajar, ¨no madrina, no se pare,  ¿por qué se va a parar?¨, le dijo Cornelio, ¨¿no mijo?¨, parafraseó la señora con dejo maternal , ¨no madrina, esa no es vergüenza¨.

Doña Gabina, madrina de Cornelio
Después doña Gabina lo miraba salir en las películas y pensaba ¨ay mijo de mi vida, aquí andas, ¡bendito sea Dios!´.  
Cornelio venía decidido a llevarse a sus medias hermanas, las hijas de su papá Román, para que probaran suerte en Reynosa, ´vamos pa que trabajen allá´, les dijo y viajaron con él.
La última vez que lo vieron caminar por el pueblo, ¨ya ´traiba´ chofer ¨, chismorrea todavía asombrada la gente de Notillas, fue hace unos 20 años. Cornelio iba llorando en primera fila del cortejo que acompañaba al ataúd de su padre, rumbo al camposanto de Notillas.
Era invierno y, como solía ocurrir en el rancho, había nevado, la última nevada que recuerda la gente de aquí.            
Lo único que se llevó don Román fueron sus recuerdos, un puño de tierra y una  chamarra con el nombre de ¨Los Relámpagos de Norte¨, que Cornelio puso en su caja luego de despedirse de él.   
Cuando los sepultureros bajaban al pozo el cuerpo de don Román, Cornelio agarró el bajosexto, que tantos éxitos le había dado y cantó una de sus  canciones más sonadas: ¨Te vas ángel mío¨.



Cornelio regresó a Reynosa, en Notillas no volvieron a saber de él, hasta en enero de 1997, cuando la televisión anunció que una estrella de la música norteña se habían apagado para siempre. Era Cornelio Reyna.
Los de  Notillas se empezaron a preguntar unos a otros, como cuando Cornelio se fue del pueblo, ¨¿quién será y quién será?, ´no pos… que es de Notillas y es de Notillas´, ´ay ¿a poco es de Notillas?´, ´pos que sí, que es el hijo de Román Reyna…´¨.
Al día siguiente Cornelio Reyna fue sepultado ante las cámaras de televisión, sus compañeros músicos y una turba de admiradores, en el  cementerio ¨Valle de la Paz¨, de Reynosa.
A sus paisanos no les extrañó que ni muerto Cornelio, al que le habían erigido una estatua en la placita Garibaldi de Reynosa, frente al Cadillac, la cantina  donde se inició, hubiera querido regresarse al pueblo pobre de Notillas.

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